_______________________________________________________________
Kansas State fue el alma mater de Martín |
"Péguenle de todos lados." ¿Por qué no? Si se trata de meterla en el arco. Hay que pegarle de todos lados. Agarrar la pelota y pegarle. Sin pedir permiso. Reventarla. Mirar el arco desde donde sea y descoserla. No importa la distancia. Apuntar y castigar.
Durante su infancia en Buenos Aires, cuando ni siquiera había escuchado hablar de football americano, Martín Gramática jugaba al fútbol entre amigos, como cualquier argentino. Con la salvedad de que siempre se paraba de delantero, y siempre agarraba la pelota en los tiros libres. "Los tres hermanos nos acostumbramos a probar de cualquier lado", dice. "Y así empezamos a pegarle fuerte. Hasta papá le pega fuerte. Santiago, el menor, cuando tenía 10 años le quebró los huesos de la muñeca a un arquero..."
Hoy, Martín y Guillermo, el mayor y el segundo respectivamente, se ganan la vida pateando al arco en la NFL, la liga estadounidense de football americano. Santiago todavía no tiene edad de profesional; está haciendo carrera en la universidad para llegar, tal vez en un par de años, al nivel de sus hermanos.
Martín va por su cuarto año con los Bucaneros de Tampa Bay. Guillermo, en tanto, lleva dos años con los Cardenales de Arizona.
UN CAMINO DE IDA
En acción, en un entrenamiento con los Buccaneers |
En su primera temporada, Martín tuvo que lidiar, por sobre todas las cosas, con el éxito de su equipo. Los Bucaneros llegaron al partido de campeonato de la Conferencia Nacional, la antesala del Super Bowl, y perdieron ajustadamente con los Carneros de San Luis, que luego ganarían el Super Bowl. "Yo venía de 11 partidos por año en la universidad, y en esa oportunidad con los Bucs jugamos, contando la pretemporada, 23 partidos. Al final estaba fundido", confiesa.
Los fans de los Bucaneros, lo cual equivale prácticamente al total de la población de la ciudad de Tampa, en el estado de Florida, adoptaron de entrada a su pateador argentino. La mentalidad defensiva de su entrenador de entonces, Tony Dungy, hacía que el rol del pateador fuera decisivo. Y el pequeño Martín, con un casco que le quedaba grande y le tapaba la vista, respondía semana tras semana.
Le pegaba de todos lados. Sin importar la distancia.
"El hombre más chiquito de la cancha fue otra vez el más grande", decían los diarios de Tampa. "Gramática es Automática", titulaban. "Cuando tenemos un intento de gol de campo, ni miramos", decían sus compañeros; "sabemos que el novato la va a meter".
En ese primer año rompió todos los records de pateador que existían en el equipo, tal como había hecho en la universidad.
Los Bucaneros ganaban con la defensa y las patadas de Martín, y la gente empezaba a enamorarse del latino. Los enamoraba el éxito, pero también la sencillez, la calidez del trato y la forma alocada en que festejaba los goles de campo: como si estuviera en Buenos Aires y hubiera clavado un tiro libre en el ángulo. Un columnista del Tampa Tribune escribió: "Por alguna razón, Martín nos hace sentir a todos como una gran familia".
LOS ENTRENADORES PASAN, MARTÍN QUEDA
Así, en su primera temporada, llegaron a aquella final de conferencia. La heroica defensa de Tampa Bay enfrentaba a la ofensiva más poderosa de la historia de la NFL: los Carneros de San Luis.
Además de su puntería, Martín se destacó por sus alocados festejos |
Los Bucs quedaron a minutos de llegar por primera vez en su historia al Super Bowl, y Martín quedó a minutos de que le hicieran una estatua en Tampa.
En los dos años siguientes, los Bucaneros llegaron a los play offs, pero fueron eliminados en primera ronda. En ambas ocasiones por el mismo oponente: Filadelfia. Y en ambas ocasiones, los únicos puntos que anotaron fueron goles de campo de Martín.
Ahora cambiaron de director técnico. Dungy fue reemplazado por un entrenador con mentalidad ofensiva: Jon Gruden. Aunque la esperada transformación todavía no da señales claras de aparecer, el equipo marcha al frente de su división. Y tiene hambre de Super Bowl.
La receta, por ahora, sigue siendo la misma. Una defensa impenetrable, un ataque conservador, y los goles de campo de Gramática. Hace un par de semanas metió cuatro, dos de más de 50 yardas, en el triunfo sobre Carolina por 12 a 9. La ofensiva no anotaba. Pero Sapp y su unidad defensiva paraban cualquier inteto de Carolina, y Martín lo terminó ganando. Le pegó de todos lados y lo terminó ganando.
Tantas batallas codo a codo unieron a Warren Sapp y Martín Gramática en una relación envidiable de admiración y respeto mutuo. "Sapp es el líder del equipo", dice Martín. "Él me dio una mano muy grande en el primer año. Me ayudó a integrarme con mis compañeros."
Nadie hizo más que Sapp para sacar a Tampa Bay de su lugar histórico al fondo de la tabla de posiciones. Y siempre tuvo en claro que el mejor aliado de su defensa sería un pateador que asegurase sumar, al menos de a tres. Por esa razón se preocupó por darle confianza al novato en su primer año.
EL FACTOR HUMANO
Se retiró como Saint en 2009, luego de perder contra Minnesota y, más que nada, perder su batalla personal contra las lesiones |
Ya desde entonces, Gramática se preocupó por mantenerse cerca de sus compañeros. "Como los pateadores entrenan separados del resto", explica, "muchos se van aislando del resto del plantel. Nosotros, con Tom Tupa (el pateador de despeje), aunque hayamos completado nuestras tareas nos quedamos en cada entrenamiento hasta que terminan todos". Como una gran familia.
Lo dijo el periodista del diario local: aunque nadie pueda explicarlo, todos perciben ese sentido de familia que Martín aporta a la comunidad de los Bucaneros.
Tal vez, en una sociedad donde los hijos se van de sus casas a los 18 años, y cambian de ciudad como si cambiaran de cuarto, resulte inexplicable el estilo de vida que irradia Martín. Quizás resulte incluso difícil de entender esa unidad que mantiene con sus padres y sus hermanos.
Su madre y su padre, que es veterinario, viven en un campo donde crían ganado vacuno, a una hora y media al norte de Tampa. Santiago juega en la Universidad de South Florida, que queda en Tampa. Y Guillermo viaja desde Arizona a Tampa cada vez que puede, a quedarse con sus hermanos en la casa de Martín.
En el mes libre que tienen al final de temporada, los tres se retiran a descansar al campo de sus padres. "Descansar es un decir", asegura Martín; "papá nos hace trabajar como locos".
Lo que no falta en el campo, además de trabajo, es la canchita de fútbol. Pero de fútbol latino, claro, con arcos con red y pelota redonda. "Jugamos Santiago y yo contra papá y Guillo. Ellos van a decir lo contrario, pero ganamos siempre nosotros..."
El fútbol les sirve además para mantenerse en forma: "Corremos todos sin parar, hasta dos o tres horas seguidas". Si a algún invitado se le ocurre ponerse a ver el partido, un consejo importante sería no pararse cerca del arco: hay cuatro Gramáticas en la cancha, y le pegan de todos lados.
BUCS & BOCA
En football americano, Martín se confiesa hincha rabioso de los Bucaneros, por supuesto, y también de Arizona, donde juega su hermano.
Su otro gran amor es Boca Juniors.
"Sigo la campaña por Internet", cuenta, "y además por suerte acá pasan el Clásico del Domingo. Lo veo siempre. Y también me despierto media hora antes los lunes, para ver el resumen de lo que sucedió en la Argentina el fin de semana".
Compara la pasión que hay en Tampa por los Bucaneros con la que existe en el barrio de la Boca por el equipo Xeneize: "Acá, en cada lugar que entrás ves banderas, posters o remeras colgadas de los Bucs. Hasta las patentes de los autos tienen los colores del equipo".
Después de mirar el noticiero deportivo de los lunes, de 7 a 7.30 de la mañana, Martín sale para el estadio, que está a 15 minutos de su casa. Los lunes son generalmente días de gimnasio y ejercicios.
El martes es el día libre de la semana durante la temporada. "Yo me quedo en casa y trato de descansar lo máximo posible. A la tarde voy a ver la práctica de Santiago a la universidad"
A partir del miércoles pasa todo el día en el estadio, entrenando y practicando jugadas. No sólo ensaya goles de campo, sino el kick off, que es la patada posterior a una anotación y la otra responsabilidad de Martín. "El kick off varía de acuerdo con el momento del partido, o con la habilidad del receptor que tenemos enfrente. A veces, el coach me pide que le pegue lo más lejos posible, otras veces a uno u otro costado, y a veces más alta y sólo hasta la yarda 20, para darle tiempo a la cobertura de llegarle al receptor".
En algunas ocasiones, aunque muy raramente, el receptor logra embolsar la pelota tras un kick off y superar, gracias al bloqueo de sus compañeros, a los 10 oponentes que están en cobertura. Cuando lo consigue, sólo le queda lanzarse hacia campo enemigo, a la mayor velocidad posible. En esos casos, Martín queda como último hombre, él y su alma, enfrentado a un corredor que viene dispuesto a pasarlo por encima. "¿Qué siento en ese momento? ¡Susto!", confiesa. "No me queda más que encararlo como sea. A veces practicamos para ese instante, pero después es todo tan rápido que sale lo que sale".
UN GOL PARA LOS CHICOS
Hasta ahora, las cosas parecen salirle bastante bien. En su época de estudiante en la Universidad de Kansas State, además de ser el mayor anotador del equipo de football americano, se recibió en Ciencias Sociales. "Cuando me retire, quiero ser director técnico", afirma. "Ya sea de fútbol o de foolball americano.Y para eso hace falta un título universitario".
Todavía le queda un buen tiempo para pensar en el retiro. Martín tiene 25 años, y la carrera de un pateador es bastante más larga que la del resto de los jugadores de la NFL. En algunos casos ha llegado a extenderse hasta pasados los 40.
Mientras tanto, más vale pensar a corto plazo. "Esta semana nos toca fecha libre", comenta, "y después tenemos un compromiso difícil: volvemos a enfrentar a Carolina, una de las mejores defensivas de la liga". El anillo de campeón está inevitablemente en su cabeza, como en la de todo jugador de la NFL. "La meta siempre es el Super Bowl. Para eso se juega. Y este año el equipo está muy bien. Pero tratamos de pensar en un partido por vez".
Fuera de la cancha, además de su noviazgo con una chica de Tampa, la prioridad número uno en la mente de Martín son sus hermanos. Y es tan fuerte su rol de hermano mayor, al que se entrega sin reparos, que de alguna forma se extiende más allá de Guillermo y Santiago.
En Tampa visita regularmente el Shriners, un hospital para niños con problemas ortopédicos que queda en el campus de la Universidad de South Florida. "Me encanta ver sonreír a los chicos. Ganemos o perdamos, ellos están felices de que los vayas a visitar", cuenta Martín.
"En el Shriners atienden gratis a todos; los que trabajan ahí son todos voluntarios. Cuando nos enteramos de un chico argentino con problemas de ese tipo, mis padres tratan de avisarle que venga a atenderse aquí. No hay costo alguno, más que el pasaje".
Incluso los domingos, el hombre más pequeño de la cancha sigue en su papel de hermano mayor. A través del proyecto "Kicking for Kids", que armó junto con la compañía de servicios financieros Raymond James, por cada gol de campo que convierte se donan 500 dólares a un hospital de niños de la localidad donde se lleva a cabo el partido. "Así", dice, "cuanto más acierte, mejor".
Hoy en día, Guillermo y Santiago lo pasaron en altura. Pero Martín los sigue cuidando como si todavía pudiera alzar a uno en cada brazo. Tal vez, ocuparse de sus hermanos, y preocuparse por otros chicos, sea su manera de recrear en Tampa la forma de vida que llevaba en la Argentina. La única forma en que puede imaginar vivir: como una gran familia.
Excelente trabajo el tuyo Santiago para buscar y darnos esta joya perdida del buen Guss...
ResponderEliminarFelicidades a ambos dos.