lunes, 21 de enero de 2013

Frío, venganza y dinastía

El Super Bowl XVI fue el comienzo del dominio que los 49ers ejercerían sobre la liga en la década de los '80.

Paul Brown
Luego de retirarse, Brown no quiso
a Walsh al frente de los Bengals
Y fue algo más.
Fue uno de esos giros de la historia en que el destino parece empecinado en hacer que los círculos se cierren.
Algunos años antes, Bill Walsh, el arquitecto de esa dinastía de San Francisco, era la mano derecha de Paul Brown en Cincinnati, cuando el legendario entrenador decidió retirarse.
Al anunciar que abandonaba las laterales, todos dieron por sentado que Brown nombraría como su sucesor a Walsh, quien había trabajado junto a él, como entrenador asistente, a lo largo de ocho temporadas.
Sin embargo, para sorpresa de la liga y dolor de Walsh, Brown designó como nuevo entrenador en jefe al entrenador de línea ofensiva, Bill "Tiger" Johnson.
Según Walsh, durante sus ocho años en Cincy, Brown nunca le informaba cuando otros equipos preguntaban por él para ofrecerle el cargo de entrenador en jefe. Y ahora que finalmente podía darle ese puesto con los Bengals, Brown se lo concedía a otra persona.
Decepcionado y enfurecido, Walsh renunció al poco tiempo. Estuvo un año en San Diego como coordinador ofensivo de los Chargers, y luego se fue a Stanford para ser entrenador en jefe universitario.
Según él, su única oportunidad de ocupar ese cargo era en las filas colegiales, porque Brown le cerraba todas las puertas en la NFL.
Pero como eso ya es opinión personal suya, dejaré que tome la palabra el propio Walsh, y se encargue él mismo de relatar la historia de Super Bowl que deseaba compartir con ustedes hoy, como despedida antes de partir rumbo a Dallas.
Bill Walsh y Eddie DeBartolo Jr.
Walsh llevó a lo más alto al equipo de DeBartolo
HABLA BILL WALSH

Conmigo fuera de Cincinnati, Paul Brown se comunicaba con cualquier equipo de la NFL que tuviera intenciones de nombrarme entrenador en jefe, y le aconsejaba que no lo hiciera.

Entonces no me quedó otra salida que más que irme a Stanford.
Finalmente, en 1979, alguien se animó a desoír las advertencias de Brown.
Fue Eddie DeBartolo.
El dueño de los 49ers no tenía mucho que perder. Desde que había comprado el equipo, había pasado por cuatro entrenadores en jefe diferentes en dos años. Yo era el quinto. Equivocarse una vez más no iba a hacer gran diferencia, así que DeBartolo no le hizo caso a Brown y me contrató.
En la tercera ronda del draft de ese año reclutamos al mariscal Joe Montana, y el equipo se terminó de armar en 1981, cuando seleccionamos a tres miembros de la secundaria en las primeras tres rondas: Ronnie Lott, Eric Wright y Carlton Williamson.
Bill Walsh y Joe Montana
Montana fue reclutado en el primer
 draft de Walsh con San Francisco
Además, nuestros rivales de división L.A. Rams se desprendieron ese año del apoyador Jack "Hacksaw" Reynolds, y nosotros lo firmamos en la agencia libre.
"Hacksaw", quien se ganó ese apodo luego de cortar su auto por la mitad con una sierra, para liberar tensiones tras una derrota cuando jugaba en la universidad, fue el mentor perfecto para nuestros chicos del draft. Nadie se preparaba como él para los partidos, y transmitió esa ética de trabajo a los más jóvenes.
Reynolds era tan meticuloso, que se sentaba en las reuniones con una colección de lápices de colores, para darle un tono diferente a cada apunte, según la relevancia o el tema.
En una ocasión, Lott llegó a una junta sin lápiz, y no tuvo mejor idea que pedirle a Reynolds uno de los suyos.
"Hacksaw" no partió al medio al novato, pero casi.
Les aseguro que Lott nunca más, por el resto de su carrera, se presentó a una reunión sin los elementos necesarios para tomar notas.
Arrancamos la temporada del '81 perdiendo dos de los primeros tres juegos, pero en la Semana 6 dimos el primer indicio del equipo en que podíamos convertirnos.
Enfrentábamos a Dallas. Los Cowboys llegaban al partido con marca de 4-1. Nosotros estábamos en 3-2.
Dallas venía de acumular 10 o más triunfos en 12 de las 13 temporadas anteriores. San Francisco no había llegado a 10 victorias en ninguna de las 10 temporadas anteriores.
De su lado estaba Tom Landry, que había ganado todo. De nuestro lado estaba yo, que había ganado nada.
Los Cowboys iban a extender en esa campaña su racha de 10 o más triunfos: iban a terminar con marca de 12-4.
Pero ese día perdieron.
Por paliza.
Super Bowl XVI
El frío en Detroit complicó el acceso al Silverdome
Les ganamos 45-14, y ya no volvimos a perder por el resto de la temporada. Acabamos con marca de 13-3, y luego de superar a los Giants en la ronda Divisional, volvimos a derrotar a Dallas en el Campeonato de Conferencia, para llegar al Super Bowl.
Probablemente sepan o adivinen quién fue nuestro rival en el SB XVI.
Sí señor, Cincinnati.
La historia no se podría haber escrito mejor para mí. Estaba en el Super Bowl, había demostrado que Brown se equivocaba cuando decía que yo no tenía lo necesario para ser entrenador en jefe, y ahora me tocaba enfrentar a su ex equipo.
Yo sabía que había talento de sobra en mi plantilla como para consumar la venganza, pero me asustaba la juventud.
Temía que los nervios abrumaran a mis poco experimentados jugadores, y entonces acudí a la única herramienta que se me ocurrió para distender el ambiente: el chiste.
El juego era en Detroit, y yo llegué un día antes, porque venía de aceptar un premio en Washington.
Cuando el equipo arribó al hotel, yo estaba esperando en la puerta, disfrazado con la ropa que le había pedido prestada al botones.
Era de noche, y los jugadores no me reconocieron en la penumbra. Tuve una acalorada discusión con Montana, quien no me dejaba acarrearle las maletas.
Finalmente se dieron cuenta de que era yo, y la risa general fue la mejor manera de arrancar la semana del Super Bowl.
Además, reírse era la única forma de sobrellevar lo que fue una estadía horrible en Detroit.
Nevaba todo el día. Nos habían instalado en un hotel de escasa categoría, en una zona lúgubre de la ciudad. Para compensar, nos habían dado un auto a cada uno, a fin de que pudiéramos huir de allí en el tiempo libre. Pero veníamos de San Francisco: ninguno tenía experiencia de conducir en el hielo y la nieve, y chocamos todos los autos tratando de sacarlos del estacionamiento.
Bill Walsh
El triunfo ante los Bengals fue el
 primero de 5 SBs para los 49ers
Cuando la NFL nos asignó una práctica muy temprano por la mañana, armé un escándalo de proporciones estrambóticas, porque, según el horario de Costa Oeste, teníamos que despertarnos a las 4 de la madrugada.
Exageré en la protesta, con toda clase de ademanes y palabras altisonantes, como parte de mi política de chistes.
Lo mismo hice cuando los médicos me informaron acerca de una lesión leve del receptor abierto Freddie Solomon. Era tan mínima, que ni siquiera requería tratamiento. Pero yo, sólo para burlarme de los medios y que los muchachos se rieran un rato, anuncié que estábamos en serios problemas, porque una de nuestras estrellas había sufrido un severo percance.
Todo era parte de mi plan bromista para bajar la tensión. Nada de eso influyó en el resultado.
Lo que casi influyó fue el tráfico.
Con las calles hechas un desastre por el hielo y la nieve, la fila de autos camino al estadio casi no se movía el domingo del Super Bowl. Y terminó de detenerse por completo cuando el vicepresidente George Bush decidió frenar el tránsito de la ciudad para llegar al Silverdome con su caravana motorizada.
Nuestro autobús estaba atrapado en medio del embotellamiento, y en esa época no había teléfonos celulares, así que no había manera de comunicarnos con el estadio.
Sólo teníamos las noticias de los programas previos al Super Bowl en la radio. Así nos enteramos de que ya estaban en el Silverdome algunos que habían ido más temprano en taxi. Entre ellos se encontraba Solomon, el de la lesión exagerada, y un viejo ayudante de equipamiento llamado Greg Cosmos.
En un momento apagué la radio del autobús y grité: "¿Escucharon eso? ¡Estamos 7-0 arriba! ¡Solomon acaba de lanzar un pase de touchdown a Cosmos!"
Estábamos a punto de descender del vehículo atascado y caminar bajo la nieve los últimos kilómetros, cuando la comitiva de Bush llegó a destino y permitió que los demás ciudadanos reanudaran su marcha. El autobús por fin se movió.
El viaje del hotel al estadio, calculado en 25 minutos, duró casi una hora y media. Pero llegamos a tiempo y derrotamos a los Bengals, 26-21.
Gracias al triunfo, mis chistes pasaron a la historia como una idea efectiva.
Si hubiéramos perdido, la prensa probablemente habría titulado: "Cae derrotado el payaso", o algo así.


FUENTE DE LAS FOTOS: Getty Images

Publicado originalmente en enero de 2011.

3 comentarios:

  1. Excelente esta idea de un nuevo blog donde el Guss siga deleitandonos con sus increibles historias....y no se quede con ellas...jajajaja, aun hay mucha tinta en el tintero Guss.

    ResponderEliminar
  2. Muy bien Santiago, esperemos que Gusss se anime a escribir algo nuevo a parte de lo ya publicado en el diario, saludos.

    ResponderEliminar
  3. Excelente!!! desde catrachilandia un fuerte abrazo seguiremos visitando este espacio continuamente!!!

    ResponderEliminar