jueves, 21 de febrero de 2013

Soy Bob Griese (Parte 3)


Pese a las bromas de Zonk, Kiick también era un tipo duro. Lo vi jugar partidos en condiciones en que otros no se habrían levantado de la cama. Pero claro: cualquier dureza era poca, al lado de Csonka.
A Kiick todo le salía en forma natural, sin esfuerzo. Con su habilidad podría haber brillado en cualquier deporte. De hecho, él aseguraba que su especialidad era el básquetbol.
Decía que odiaba ejercitarse, y que no necesitaba estudiar.
"No sé absolutamente nada de fútbol americano", me comentó un día. "Siempre tengo miedo de que me pregunten algo que supuestamente debería saber, y que en ese momento todos descubran que no sé nada. Creo que el desarrollo de mi inteligencia se detuvo a los 17 años".
Kiick era talentoso por naturaleza
Csonka era exactamente lo opuesto. Le gustaba estudiar el libro de jugadas, y le encantaba el gimnasio.
Cuando estaba en Syracuse, un compañero le dijo a Csonka que podía fortalecer sus antebrazos golpeando objetos duros. Ese verano, el padre de Csonka llamó a Syracuse, rogando que por favor se llevaran a su hijo, porque estaba derribando las paredes de la casa.
Uno podía notar que Csonka disfrutaba en los entrenamientos, aunque, al igual que el resto de nosotros, consideraba que algunos ejercicios de Shula eran demasiado agobiantes.
"Vi una práctica de los Jets por TV", le dijo un día Zonk a Shula. "Ellos lo hacen sin equipamiento. ¿Por qué no podemos practicar como ellos?"
"Porque si practicáramos como ellos", le respondió Shula, "no ganaríamos".
Aunque discutían a menudo y en alto volumen, había un gran amor entre Shula y Csonka.
"Padre e hijo húngaros", los llamaba Kiick.

¿Qué más podía pedir un entrenador? Csonka era duro, potente y fuerte. Estudiaba, se ejercitaba. Y dentro del campo era capaz de luchar hasta con los dientes.
Literalmente.
En un partido contra New York, un defensivo de los Jets, a quienes derrotamos en tres de los cuatro juegos del '70 y el '71, comenzó a retorcer la pierna de Csonka cuando ambos estaban en el piso. Csonka reaccionó mordiéndole el brazo.
Csonka era estudioso y trabajador
Le pregunté qué tan fuerte lo había mordido, y Zonk me respondió: "Lo suficiente como para que me soltara la pierna".
En los cuatro partidos del '70 y el '71 contra Buffalo, les anotamos a los Bills un promedio de más de 35 puntos por juego, y cuando le pidieron a Harvey Johnson una opinión sobre Kiick y Csonka, el entrenador en jefe de Buffalo sentenció: "Imposibles de pronunciar. Imposibles de frenar".
Kiick había cometido solamente un balón suelto en la temporada de 1971, y Csonka ninguno.
El primero de Csonka llegó en el momento menos oportuno: en un intercambio conmigo en el primer cuarto del Super Bowl VI.
El juego estaba 0-0, y Larry acababa de avanzar 12 yardas por tierra en la jugada anterior. Yo sentía que nos estábamos adueñando del impulso del partido, pero ese balón suelto cambió todo.
Los Cowboys fueron los primeros en anotar, y nosotros nunca logramos recuperarnos.
No se le podía dar ventajas a un equipo como Dallas.
Nosotros éramos jóvenes en ascenso. Los Cowboys, que estaban en postemporada por sexta campaña consecutiva, tenían una plantilla cargada de estelares experimentados y establecidos.
Sus esquineros Herb Adderley y Mel Renfro, miembros del Salón de la Fama, anularon a nuestros receptores abiertos Howard Twilley y Paul Warfield. No necesitaron más ayuda que la de un profundo, Cornell Green; lo cual permitió al otro profundo, Cliff Harris, colaborar en la defensiva terrestre.
No hubo éxito por tierra en el SB
Nuestra ofensiva por tierra había sido la Nº 1 de liga en temporada regular, con 173.5 yardas por juego. Pero en el Super Bowl logramos menos de la mitad. Fueron 81 yardas: 40 de Csonka, 40 de Kiick y una mía.
Sin éxito por tierra, el pase con engaño de carrera no dio resultado en todo el partido.
Lancé para sólo 134 yardas, sin touchdowns, con una intercepción del apoyador Chuck Howley. Y el tackle defensivo Bob Lilly me capturó en una jugada para pérdida de 29 yardas.
Nosotros estábamos acostumbrados a ser el equipo que dominaba el reloj, pero esta vez fuimos los dominados. Ellos tuvieron el balón en su poder el doble de tiempo que nosotros.
Ganó Dallas, 24-3.
Fue una derrota inapelable. Y sin embargo, a todos nos quedó la sensación de que no sería nuestra última vez en un Super Bowl.
Recuerdo una charla con Csonka, en la que le pregunté si era cierto que en la universidad había estado derribando las paredes de su casa para fortalecer los antebrazos.
"Era una casa vieja", aclaró Zonk. "Y no fueron 'paredes'. Fue una sola pared... y algún día se iba a caer".
Todavía me río cuando recuerdo esa respuesta. Pero también, mirando atrás, pienso que el Super Bowl era nuestra pared.
La habíamos golpeado una vez, y habíamos salido maltrechos.
Pero sabíamos que algún día se iba a caer.

Fotos: Getty Images
Publicado en octubre de 2010

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