domingo, 10 de marzo de 2013

Soy Bob Griese (Capítulo 7 -último-)


George Allen no se equivocaba muy a menudo. Durante su exitosa carrera como entrenador en jefe de los Rams y de los Redskins, demostró que se equivocaba bastante poco. Pero en mi opinión cometió un error en el Super Bowl VII, al dejarse engañar por el tamaño no muy imponente de Fernandez, y pensar que iba a poder bloquearlo con un solo hombre.
Nuestro tackle defensivo, no muy pesado, pero sí fuerte, ágil y rápido, superó constantemente esa tarde al centro Len Hauss, y terminó con 17 tacleadas.
Yo creo que Fernandez merecía el premio al Jugador Más Valioso del Super Bowl, pero está bien que se lo hayan dado a Scott. Él era un símbolo de nuestra defensiva, y logró dos intercepciones en el partido.
Sin embargo, el hombre clave para salvar el juego, tras el embrollo en que nos había metido Yepremian, no fue ni Fernandez ni Scott. Fue el ala defensiva Bill Stanfill.
Con el marcador 14-7 y poco más de 2 minutos en el reloj, Allen enfrentaba la decisión de entregarnos el balón, o intentar una patada corta.
Era imposible frenar a Fernandez con un solo liniero
En este caso no se equivocó. Con tres tiempos fuera en su poder, pateó el balón al fondo y confió en su defensiva, buena parte de la cual estaba conformada por ex jugadores suyos de los Rams, a quienes había importado a Washington. Por eso algunos los llamaban los "Ramskins".
Un pase de 11 yardas a Warfield nos dio un primer intento, pero después nos vimos forzados a despejar.
Levy, como era de prever, envió una carga feroz contra Seiple, quien casi de milagro consiguió dar la patada antes de que lo devorara la jauría de Redskins.
Washington iniciaba su última marcha desde su yarda 30, con 1:14 por jugar.
Shula, quien estaba 0-2 en Super Bowls, luego de haber perdido uno con los Colts y uno con nosotros, dependía ahora de su defensiva para no perder el tercero.

La ventaja era que por fin podíamos olvidarnos de Larry Brown.
Nuestra defensiva se había enfocado durante todo el partido en el corredor de los Redskins, JMV reinante de la liga, y lo había limitado a 3.3 yardas por acarreo.
La estrategia defensiva contra Washington había sido contener, más que detener. Y había dado resultado.
El acarreo más largo de Brown fue de 11 yardas, y el pase más largo del mariscal Billy Kilmer fue de 15 yardas. Los Redskins tuvieron que esperar casi 28 minutos de juego para pisar por primera vez nuestra mitad del campo.
Pero todo eso iba a ser en vano, si no lográbamos frenarlos una vez más.
Shula cambió de táctica. En esta última serie, la filosofía defensiva ya no sería contener, sino atacar.
El pase de Kilmer en primer intento fue incompleto, y el de segunda oportunidad también, gracias a la presión de Stanfill.
En tercera oportunidad, Kilmer lanzó un pase a Brown, casi rezando que el corredor improvisara alguna prodigiosa movida que les diera el primer intento. Pero Stanfill acorraló a Brown para pérdida de 4 yardas.
En cuarta oportunidad, Stanfill coronó su momento en la historia con una captura de mariscal que le puso fin al partido.
La consigna de la defensiva era contener a Brown
14-7.
17-0.
Me abracé con Shula. El entrenador, que por fin se había sacado la espina de llegar al Super Bowl y no poder ganarlo, me hablaba entre lágrimas, casi en secreto: "No sé qué decirte, Bob... no sé qué decirte... muchas gracias".
Los periodistas me arrancaron a Shula. Querían hablar con el arquitecto de la temporada perfecta.
Otros iban detrás de Yepremian.
"Tendría que haberme comido el balón, en lugar de lanzarlo", admitía el pateador.
Los periodistas le preguntaban qué le había dicho Shula en las laterales, después de esa jugada.
"Me dijo que tendría que haberme comido el balón, en lugar de lanzarlo", repetía Yepremian.
Otros querían declaraciones de Fernandez, máximo representante de la unidad que nos había traído hasta aquí.
"¡Tenemos la mejor defensiva de la liga!", gritó el incontenible Manny frente a los micrófonos.
Luego vio que yo lo estaba mirando, y gritó más fuerte aún: "¡Tenemos el mejor equipo!"
Muchos todavía piensan que fuimos el mejor equipo de todos los tiempos.
Otros piensan que no, que nunca habríamos logrado el 17-0 si no hubiéramos tenido un calendario relativamente accesible.
Lo cierto es que al año siguiente volvimos a llevarnos el título de Super Bowl.
Nuevamente las apuestas favorecían al rival, pero yo había estudiado todas las tendencias de la defensiva de los Vikings y sus "Purple People Eaters", y estaba tan tranquilo que me dormí en el autobús, en el viaje del hotel al Rice Stadium en Houston.
El último año en el campo fue 1980
Jamás me habría quedado dormido, si no hubiera tenido total confianza.
Vencimos a Minnesota 24-7 en el Super Bowl VIII, y no volvimos a jugar por el Campeonato. Pero de las 10 temporadas de la década del '70, en nueve terminamos con marca ganadora.
Hay mucho para recordar de aquellos años, incluida la época en que usé anteojos, a partir de 1977, por mi ceguera casi total en el ojo derecho.
Así es. Yo sí tenía un lado ciego.
Pero no voy a extenderme más en esta historia. Sólo quería que supieran cómo fue que logramos la temporada invicta.
Al inicio de la década siguiente, antes de comenzar la campaña de 1981, anuncié mi retiro como jugador.
Permanecí en el equipo como coordinador ofensivo, a pedido de Shula.
El coach había cumplido con lo que me había prometido el día que nos conocimos: me había dejado llamar las jugadas durante todos nuestros años juntos.
Ahora quería que las siguiera llamando desde las laterales, y no pude negarme.
Sin embargo, yo sabía que no iba a durar mucho en mi nueva función.
Tuvimos una buena temporada de 11-4-1 en el '81, con David Woodley como mariscal. La campaña terminó dramáticamente, en una épica derrota de ronda Divisional por 41-38 en tiempo extra, frente a los Chargers de Don Coryell y Dan Fouts.
Días después del partido, le entregué mi libro de jugadas a Shula, y le dije que me iba.
"Pero Bob", reaccionó el coach, "esto es lo que tú adoras".
"Es cierto", le respondí, "pero adoro más a mi familia".
Shula siguió tratando de persuadirme. Era un tipo insistente, capaz de convencer a una mula.
Pero antes de que me envolviera con sus argumentos, le puse la mano en el hombro: "Coach..."
Shula me miró en silencio, sabiendo que la conversación se terminaba.
"Coach", le dije, "sólo le pido una cosa más. Déjeme llamar a mí esta última jugada".
Fuente de las imágenes: Getty Images



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