Tal vez por ser el representante de la NFC, considerada más poderosa que la AFC en aquellos primeros años de la fusión, o quizá por haber eliminado en playoffs a Green Bay y Dallas con llamativa facilidad, Washington era favorito por 2 puntos en el Super Bowl VII.
Sin embargo, en la mente de Shula no cabía la posibilidad de perder ese juego.
El entrenador nos había hecho mirar una y otra vez el video del Super Bowl anterior, para asegurarse de que nadie volviera a hacernos lo que nos había hecho Dallas.
Nos repetía una y otra vez que, si no ganábamos este Super Bowl, no sólo desperdiciaríamos el esfuerzo del 16-0, sino que seríamos por siempre recordados como los perdedores, los que se ahogaban en los momentos decisivos.
Después de jugar a las adivinanzas con la prensa durante unos días, Shula por fin confirmó lo que todos imaginaban: yo sería el mariscal de campo titular frente a los Redskins.
Los Redskins llegaban como favoritos por 2 puntos |
Salvo que su hijo David dijera lo contrario...
Sólo fue una broma de David, pero traería consecuencias nefastas.
"Ey, Bob; aquí tenemos un mariscal que podría reemplazarte", gritó David Shula, desde un costado del campo durante una práctica en Los Ángeles, un día antes del partido.
David se refería a Yepremian, nuestro pateador, quien le estaba lanzando pases de 30 yardas con sorprendente precisión.
Yo forcé una risa cómplice para no desairar al hijo del entrenador, y seguí con lo mío. Sin imaginar lo que sucedería al día siguiente.
En la mañana del 14 de enero de 1973 llegamos al Memorial Coliseum, dispuestos a conseguir nuestra victoria Nº 17 de la campaña.
Mientras entrábamos en calor antes del partido, conversando con Morrall me enteré de un nuevo factor en esta pequeña novela de terror que se estaba tejiendo alrededor de Yepremian.
Morrall era el holder de Yepremian, y había notado esa mañana que nuestro pateador de padres armenios, nacido en Chipre, estaba teniendo dificultades para darle altura al balón en los intentos de gol de campo.
La teoría de Morrall era que el terreno de juego estaba más firme de lo esperado, por lo cual el pie de apoyo de Yepremian no se hundía lo suficiente, y entonces el otro pie, el de patear, impactaba el balón demasiado arriba.
Me pareció un tema menor, para ser honesto. Pero ese asunto, supuestamente banal, sumado a los aires de mariscal que Shula Jr. había infundido en nuestro pateador, terminaría siendo angustiosamente clave en el partido.
El desarrollo del juego, antes de que Yepremian cobrara protagonismo, fue exactamente como yo había imaginado.
Había tenido dos semanas para estudiar a los Redskins, y había llegado a la conclusión de que la defensiva de Washington hacía muy bien lo que hacía, pero hacía siempre lo mismo.
Puntualmente había descubierto lo siguiente.
Imaginen el balón en una de las costuras del campo. En esa situación, la ofensiva tiene un lado "angosto", el de la lateral más cercana, y un lado "ancho", el de la lateral opuesta.
Pues bien: yo había notado que, cuando el WR Nº 1 rival alineaba abierto del lado "ancho", la defensiva de los Redskins enviaba dos hombres a marcarlo. Siempre.
Así que, durante las dos semanas previas al Super Bowl, hice que ensayáramos repetidas veces una jugada en la que Warfield, nuestro WR Nº 1, alineaba del lado "ancho" y se llevaba dos marcas. Entonces lanzábamos el balón a Twilley, nuestro segundo WR, quien corría una ruta que empezaba hacia adentro y luego hacía un corte hacia fuera.
En el segundo cuarto del Super Bowl, con el marcador 0-0, teníamos tercera y 4 en la 28 de Washington, y llamé esa jugada.
Tal como habíamos previsto, dos Redskins fueron con Warfield. Twilley corrió su ruta a la perfección, atrapó el balón en la yarda 5, y arrastró al profundo Pat Fischer hasta la zona de anotación.
Cuando saludé a Fischer después del partido, me dijo: "Maldita sea. Nos leíste todo el día".
Lo que no preví fue lo que pasaría con Yepremian, a menos del 3 minutos del final.
Estábamos adelante 14-0, y los Redskins no habían estado siquiera cerca de anotar en todo el juego.
Yepremian ingresó al campo para intentar un gol de campo de 42 yardas, ideal para rubricar la temporada de 17-0 con un 17-0 en el marcador.
Sin embargo, tal como Morrall me había advertido, la patada salió baja, directo al pecho del tackle defensivo Bill Brundige.
Se habían conjuntado las condiciones para la tormenta perfecta: la patada baja de Yepremian, más el excelente trabajo que hacían los equipos especiales de Washington, dirigidos por Marv Levy, quien dos décadas más tarde llevaría a los Bills a cuatro Super Bowls.
La unidad de Levy había bloqueado 14 intentos de gol de campo o de despeje aquella temporada.
El Nº 15 fue el más importante, porque revivió las esperanzas de los Redskins en el Super Bowl.
Yepremian recogió el balón, y se le subieron a la cabeza las ínfulas de mariscal.
Intentó acomodar el cuerpo para lanzar campo abajo, tal como lo había hecho con David Shula el día anterior. Pero esta vez, las condiciones eran muy distintas.
En primer lugar, había un Super Bowl en juego. En segundo lugar, Brundige venía hacia él como un caballo desbocado, seguido por una manada de Redskins.
En las laterales, todos sabíamos que nada bueno podía resultar de esto.
Yepremian realizó lo mejor que pudo el lanzamiento, pero el balón se le escapó de la mano a mitad de camino, y quedó flotando en el aire, justo encima de su cabeza.
Una vez más, Yepremian intentó recuperar el caprichoso ovoide, que nuevamente saltó de sus manos, directo a las del esquinero Mike Bass, quien lo regresó para touchdown.
De pronto, luego de más de 57 minutos de dominio, los Redskins estaban a sólo una anotación del empate.
La victoria estaba en riesgo, el título estaba en peligro, la temporada perfecta estaba al borde del abismo.
"¡Traigan una soga!", gritó Buoniconti en las laterales. "¡Vamos a colgar al chipriota!"
Fuente de las imágenes: Getty Images
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