jueves, 25 de abril de 2013

Ryan Leaf y Peyton Manning: Vidas cruzadas

En el regreso al archivo de GFD (mis disculpas por haber descuidado la página), y con motivo del Draft que comienza hoy, decidí re-publicar una de las primeras y una de las últimas historias que escribió para ESPN. Ambas con un mismo eje: los dos primeros picks del Draft de 1998. O sea, las historias de Ryan Leaf (serie "Soy...") y de Peyton Manning (Serie "Algo que quizá no sabías de..."). Primero irá la historia del ex-Colt y actual Bronco, ya que describe más que nada cómo fue aquella difícil elección para el equipo de Indianápolis. Y luego, la de Leaf, cuyo derrotero tras la publicación de la nota continuó. Espero que les guste.

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(Habla Peyton Manning)

Un canje podría haber separado
los destinos de Manning y Polian
Aunque suene raro decirlo, ya no soy mariscal de los Colts, sino de los Broncos. Cambié de equipo, tras casi una década y media, pero eso es algo de lo que probablemente ya estén enterados.

Lo que tal vez no sepan es que, en lugar de Indianapolis, podría haber pasado esos primeros 14 años de mi carrera en Carolina.

Semanas antes del draft de 1998, ambos equipos sostuvieron largas conversaciones, acerca de un posible canje. Los Panthers tenían el N° 14 global, y querían trepar al N° 1 para reclutarme. A cambio, ofrecieron a los Colts un atractivo paquete, que entre otras cosas incluía las selecciones de primera ronda de los dos siguientes drafts. Además de ocho veteranos; entre ellos, el mariscal Kerry Collins.

Collins era la carta fuerte en la negociación, porque Bill Polian tenía debilidad por él. Polian, quien aquel año debutaba como gerente general de los Colts, había reclutado a Collins con el N° 5 global en Carolina en 1995, cuando era gerente general de los Panthers. Juntos habían llevado al equipo de expansión, en apenas su segundo año de vida, a la Final de la NFC en la temporada del '96.

Polian se vio tentado a seguir trabajando con Collins en Indianapolis, y de paso acumular futuras selecciones altas de draft, para armar una plantilla exitosa. Él sabía cómo hacerlo. Había edificado un equipo cuatro veces campeón de la AFC en Buffalo, y luego había realizado una gestión excepcional en Carolina.
Sin embargo, después de darle muchas vueltas a la idea en su cabeza, Polian rechazó la propuesta. Y los Panthers igual terminaron desprendiéndose de sus picks de primera ronda de 1999 y 2000. Se los dieron a los Redskins, a cambio del veterano tackle defensivo Sean Gilbert, una movida de la que todavía hoy se arrepienten en Carolina.

Descartada la posibilidad de canjear hacia abajo, Polian enfrentaba ahora la decisión clave, en la búsqueda del futuro mariscal de los Colts. Tenía que optar entre Ryan Leaf, de Washington State, o yo, Peyton Manning, de Tennessee.

Yo quería ser el recluta N° 1. No por una cuestión de dinero, sino por una cuestión de orgullo. Modestamente, yo me consideraba el mejor QB disponible en el draft del '98. Y no sólo el mejor QB; el mejor jugador disponible de cualquier posición. Lo digo sin tapujos, porque si un recluta N° 1 global no piensa de esa manera, no debería ser reclutado en el N° 1 global.

Draft '98: Leaf, N° 2; Manning, N° 1; Woodson, N° 4

Además, aquel de nosotros dos que no fuera elegido por Indy iba a terminar con los Chargers, quienes tenían el segundo pick general, y a mí no me atraía San Diego. No podía imaginarme a mí mismo como un chico de California. Nada más lejos de mí.

Pero nadie sabía en ese momento qué harían los Colts, y mis bonos decrecieron cuando el periódico The Indianapolis Star llevó a cabo una encuesta entre aficionados locales sobre los dos candidatos a irse en el N° 1, y el ganador de la votación fue Leaf.
Recuperé la ventaja, creo yo, en el Combinado.

Me había lesionado la rodilla al final de mi temporada de despedida con los Volunteers, y no estaba del todo recuperado aún, así que no me sometí a las pruebas físicas del Combinado. Pero sí participé en el concurso de belleza.

Es un concurso de belleza, literal. Te quitas la playera y desfilas. Los equipos te pesan, te miden, te observan, te tocan. Aunque me sentía un animal de exposición, me habían avisado que esta parte del circo era muy importante para muchos evaluadores, así que me la tomé en serio.

Durante los meses previos había comido bien y pasado horas en el gimnasio. Mi peso era justo el que yo quería: 105 kilos. Pero a los 22 años recién cumplidos no estaba del todo desarrollado aún, no era Arnold Schwarzenegger, así que dos días antes del Combinado me metí en una cama solar. Un buen bronceado marca mejor la definición de los músculos. Y ya en la pasarela, segundos antes de que llegara mi turno, me escondí detrás de una cortina y realicé 15 flexiones de brazos a máxima velocidad, para acentuar el volumen de mis hombros y pectorales.

Manning regresó con los Vols,
en lugar de sumarse al draft de 1997

Me fui de allí con la sensación de haberle ganado a la competencia. Leaf se había presentado con 120 kilos de peso, clara señal de poca dedicación y escasa disciplina durante la temporada baja. Charles Woodson, esquinero de Michigan, se marchó antes de que terminara el evento, y Randy Moss, el receptor abierto de Marshall de quien todos hablaban maravillas, ni siquiera se presentó.

Woodson terminó yéndose con los Raiders en el N° 4 global, y Moss con los Vikings en el N° 21. Pero Woodson me había derrotado en algo a lo que yo le daba más valor que al N° 1 el draft: el Trofeo Heisman.
El N° 1 del draft no es un reconocimiento; es una apuesta. Está basado en suposiciones, en proyecciones, en lo que podrías hacer en el futuro. El Heisman está basado en realidades, en logros, en lo que has hecho en el pasado.

Muchos dijeron que competir por el Heisman fue la razón por la que volví para mi último año en Tennessee, en lugar de lanzarme al draft como junior. No es verdad. Volví porque sabía que las amistades que fraguaría en la universidad me iban a durar toda la vida. Pero mentiría si no admitiera que me decepcionó terminar segundo en la votación del premio, detrás de Woodson.
Sin embargo, a pesar de que en los días previos decían que yo era el candidato seguro a llevarme la estatuilla, yo intuía que había una desilusión aguardándome... por motivos de geografía.

Las consideraciones regionales son ridículamente obvias en la asignación del Heisman. Hay un solo premio, y quieren repartirlo por todo el país. Si un año lo gana un receptor abierto de UCLA, al año siguiente no se lo darán a un receptor abierto de USC. Se lo entregarán seguramente a un fullback de Alabama o a un corredor de Nebraska. En mi caso, el año anterior le habían otorgado el trofeo a Danny Wuerffel, mariscal de Florida. ¿Alguien realmente pensaba que iban a escoger a dos QBs de la SEC en años consecutivos?
Además existe la presión de la TV. Aquel año, ESPN y ABC presionaron a favor de Woodson. Iban a transmitir el Rose Bowl, donde el estelar esquinero y sus Wolverines enfrentarían a Washington State.
El hecho es que nunca podré agregar a mi historial el rótulo de "ganador del Heisman", y eso me duele, pero ahora era tiempo de enfocarme en el título de "N° 1 del draft".

A mediados de marzo, los Colts me invitaron a Indianapolis, donde me reuní con Polian y el entrenador en jefe Jim Mora. Me mostraron las instalaciones, y me comentaron hacia dónde pensaban encaminar la organización. Me describieron a grandes rasgos sus planes para ir armando, en los años venideros, un equipo competitivo a través del draft y de algunas adiciones de agencia libre.

Manning, Polian y Mora en Indianapolis

"Genial", pensaba yo, "pero probablemente le digan más o menos lo mismo a Ryan Leaf". Así que tomé la palabra.

"Sr. Polian", dije, "si usted me recluta el 18 de abril, estaré feliz de venir aquí. Lo estaré, realmente. Me encantaría ser el mariscal de los Indianapolis Colts. Pero si usted no me recluta, le patearé el trasero durante los próximos 15 años".

No quise sonar irrespetuoso. Quise sonar confiado.

Polian esbozó una breve risita. "Bueno", respondió, "supongo que entonces tendremos que reclutarte".
Mora interrumpió: "Pero si no lo hacemos, y vas a San Diego, no nos enfrentarás todos los años, porque los Chargers juegan en otra división".

"Es cierto", remarqué, "pero de una forma u otra me aseguraré de que ustedes no lleguen al Super Bowl".
Antes de irme, Polian me prometió que me daría a conocer su decisión una semana antes del draft. "Te llamaremos el jueves 9 de abril", afirmó.

Yo había decidido asistir al evento en New York solamente si sabía con exactitud quién iba a elegirme y a qué altura.

Los Colts llamaron el jueves, y me dijeron que aún lo estaban pensando. Se comprometieron a darme la respuesta definitiva el siguiente miércoles, tres días antes del draft, que arrancaba el sábado.

Llegó el miércoles, y los Colts seguían sin decidirse. Volvimos a hablar al día siguiente, pero la indefinición continuaba. Me dijeron que me llamarían de nuevo el viernes, y yo para entonces ya estaba furioso.

El viernes era el día en que supuestamente tomaría el avión a New York. Mi padre ya estaba allí, y mi madre y mi hermano Cooper iban en camino.

Manning viajó a New York por consejo de su padre

Llamé a mi padre para decirle que se olvidaran de mí. Me quedaría en Knoxville, Tennessee. No iría a New York. No quería pasar vergüenza frente a las cámaras de TV.

"Oye, tranquilízate", replicó mi padre. "Todos vamos a estar aquí. Ven con nosotros y disfrutemos de unos días en familia en la gran ciudad. Si el sábado por la mañana aún no sabes qué sucederá en el draft, entonces te regresas a Knoxville. Pero si no vienes, y te eligen en el primer lugar, te verás como un tonto y, peor aún, harás ver a los Colts como unos tontos".

Volé a New York ese viernes. Pocas horas después de aterrizar, estaba respondiendo preguntas de la prensa cuando mi agente Tom Condon me alcanzó su celular: "Es el Sr. Polian. Tiene grandes noticias para ti".

Yo tomé el teléfono dispuesto a descargar mi rabia, a increpar a Polian por tantos días de incertidumbre. Me parecía imperdonable que se hubiera tardado tanto en decidir.

Pero Polian habló primero, y lo que dijo me hizo olvidar instantáneamente la bronca. "¿Estás listo para llevar a los Indianapolis Colts a la gloria?", me preguntó.

"¡Sí, señor!", respondí entusiasmado. "¡Estoy absolutamente listo!"

Si uno lo piensa en frío, era comprensible que los Colts se tomaran su tiempo. Nadie sabía, a ciencia cierta, cuál de los dos mariscales era el mejor. De hecho, creo que la mayoría pensaba que era Leaf.

Además, no era una época en la que estuviera de moda tomar QBs en lo más alto del draft.

A diferencia de la actualidad, cuando venimos de tres mariscales reclutados en el N° 1 global --Matthew Stafford, Sam Bradford y Cam Newton--, y nos encaminamos al cuarto consecutivo --Andrew Luck--, en 1998 habían pasado cuatro años sin un QB N° 1 global. El último había sido Drew Bledsoe, en el '93.

Seleccionar a un mariscal en el primer lugar del draft implicaba un riesgo tremendo, por el dinero involucrado. Un error en la elección podía significar para el dueño millones de dólares tirados a la basura, y para el equipo años de estreñimiento bajo el tope salarial, que había sido adoptado por la NFL en 1994.

Junto a Jim Irsay, dueño de los Colts

Polian personalmente estudió, en video, cada uno de los 1,505 pases que lancé durante mi carrera universitaria. Y además le pagó 5,000 dólares a Bill Walsh para que analizara las películas de mis partidos con los Vols.

Cuando era entrenador en jefe de San Francisco, Walsh había reclutado al mariscal Joe Montana en la tercera ronda del '79, una brillante movida de draft que cambió por completo la historia de los 49ers.

Ahora Walsh estaba desempleado, por decisión propia, y se abocó a la tarea que le encomendaron los Colts. Su veredicto fue determinante: "Los grandes pasadores tienen espontaneidad, intuición, inventiva. Son inteligentes. Son conscientes de que necesitan saber todo lo que sucede en el campo de juego. En este sentido, Peyton Manning está muy por delante de cualquier otro QB colegial que yo haya visto... no sólo este año, sino probablemente a lo largo de toda mi vida".

El sábado 18 de abril de 1998, mi nombre fue el primero mencionado en el draft.

Los Colts me dieron el contrato más caro de la historia para un novato. Cuando mi padre fue reclutado en 1971, los Saints también le dieron el contrato más caro de la historia para un novato, pese que lo habían tomado en el N° 2 global, detrás del mariscal Jim Plunkett. Mi padre firmó por cinco años y 410,000 dólares, equivalente a 82,000 dólares por temporada. Yo firmé por seis años y 38 millones de dólares, cifra que, si yo lograba ciertas metas --terminar en el Top 5 de la liga en yardas por aire o en pases de touchdown, por ejemplo--, ascendía a 48 millones de dólares, equivalente a 7.9 millones de dólares por temporada, o 14,400 dólares por intento de pase, u 8,000 dólares por jugada ofensiva. Había 27 años de diferencia entre el draft de mi padre y el mío, pero yo iba a ganar 96 veces más que él.

En la conferencia de prensa para anunciar mi acuerdo con los Colts, un periodista me preguntó casi a los gritos: "¿Qué harás con todo ese dinero?"

Di una breve respuesta: "Merecerlo".
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(Habla Ryan Leaf)


Soy Ryan Leaf, y esta es mi historia.
Íbamos a desplegar la "596-switch", pero no nos dejaron.
Perdíamos por 5 puntos en el Rose Bowl, y conseguimos un primero y 10 en la 26 de Michigan. Yo encallé el balón con 2 segundos por jugar, pero los árbitros determinaron que el reloj se había agotado.
No digo que habríamos anotado el touchdown del triunfo si no nos hubiera quitado esos 2 segundos, pero al menos no nos habríamos sentido estafados.
La "596-switch" era una jugada difícil de defender, con cinco receptores abiertos. Los dos en los extremos corrían rutas cortas, dos corrían rutas largas de adentro hacia fuera, y el quinto corría una ruta de poste por el medio. Tal vez los Wolverines podrían haberla frenado. Tenían una gran defensiva, con Charles Woodson, quien además de robarme el Heisman me había robado un pase en la zona de anotación en la primera mitad. Pero nosotros sentimos que habíamos dado todo, y no merecíamos que nos embaucaran de esa manera y nos negaran la oportunidad de ganar el partido.
Ganar el partido lo habría cambiado todo. Para el equipo de los Cougars, para la Universidad de Washington State... y para mí.
Si me hubiera ido con la victoria ese día, ¿quién sabe? Tal vez habría optado por quedarme en mi último año. Eso habría sido lo mejor.
Era demasiado joven para ir a la NFL en 1998. Tenía 21 años, pero en mi grado de madurez tenía mucho menos.
Si sólo hubiera escuchado a la gente que me amaba incondicionalmente... pero prefería rodearme de la gente que sólo me decía que sí. Gente que nunca le iba a decir que no a Ryan Leaf.
Y eso era lo que yo necesitaba: alguien que me dijera que no.
Nadie me ponía un freno en Washington State. Todavía no puedo creer la forma en que trataba a los demás allí. Siempre quería que las cosas se hicieran a mi manera.
Nunca había perdido en nada, nunca había fracasado en nada, nunca había necesitado ayuda para nada. Jamás entendí que el éxito de los Cougars no era mío, sino del equipo.
Ahora me arrepiento. Ahora me gustaría que mis ex compañeros supieran cuánto los adoraba, cuánto los necesitaba. Una de las cosas que más me duele en la vida, es sentir que mi fracaso fue una forma de defraudarlos a ellos, y también a los fans de Washington State, a toda la Nación Cougar.
Aquél día me fui derrotado del Rose Bowl, y a partir de ahí todo se derrumbó.
Los Chargers me reclutaron con la segunda selección global del draft, y las dificultades comenzaron a partir de una lesión en la muñeca. Muchos dicen que fue simulada, pero yo les aseguro que no sólo fue real, sino que arruinó mi carrera.
Los médicos de San Diego la diagnosticaron mal, me hicieron volver antes de tiempo, y eso dañó para siempre la movilidad de mi mano.
Yo no quería aceptarlo, pero con ese problema en la muñeca estaba destinado a ser reserva por el resto de mi carrera.
Con mi inmadurez de aquella época, jamás me habría resignado a ser reserva. Muchos jugadores han tenido largas carreras como suplentes, pero yo quería ser titular, o nada.
Después de infructuosos intentos con los Bucs y los Cowboys, regresé a Seattle, para probarme con los Seahawks. Cuando me di cuenta de que estaría compitiendo por ser el segundo o el tercer mariscal, preferí poner fin a mi carrera.
Fue un error. Tendría que haberme quedado trabajando en el deporte que amaba, aunque fuera en las laterales.
Lo peor que me llevé de la NFL, y tal vez lo único que me llevé, fueron los calmantes para el dolor.
Los calmantes son un problema constante en la liga. Son lo que te permite seguir entrenando cada semana, lo que te pone en el campo de juego los domingos.
Sin embargo, no fueron un problema para mí hasta más adelante en mi vida. Luego de varias cirugías en ambos hombros, en las rodillas, en mi muñeca siempre adolorida, me volví adicto a los calmantes.
Vivía en continuo estado de dolor, así que me acostumbré a tomar esos medicamentos. Un día, el dolor se había ido... y yo seguía tomándolos.
Llegó un punto en el que me di cuenta de que ya no los tomaba por el dolor. El dolor ya no existía. Los tomaba para dormir, para vivir, para quitarme de encima los malos sentimientos, para protegerme de las críticas, de los que decían que no había sido el gran mariscal que todos esperaban, que me había defraudado a mí mismo y a mi familia.
Me volví antisocial. Me aislé por completo.
Fue un mecanismo de defensa, idéntico al de cualquier otro adicto. Yo no minimizo mi adicción por tratarse de medicamentos. Es exactamente igual a cualquier otra adicción. De hecho, la adicción a los medicamentos es un problema grave en este país. Se los considera una droga legal, pero si abusas, pueden tomar total control de tu vida, como hicieron con la mía.
Lo más difícil para mí, siempre, fue pedir ayuda.
Yo trataba de mantener una actitud orgullosa. Pretendía que todo estaba bien, que no me importaba que mi carrera no hubiera resultado, que no me afectaban las críticas.
Cuando conseguí un empleo como entrenador de QBs en West Texas A&M, todo el tiempo quería dejar en claro que aún podía hacerlo mejor que los jóvenes mariscales a quienes estaba dirigiendo. Me gustaba ponerme competitivo y hacer volar el ovoide.
Mientras tanto, los jugadores de WT sabían que si a alguno le dolía algo, yo estaría allí para darle analgésicos, aunque no tuviera orden del médico.
Así comenzaron mis problemas con la ley, y terminaron cuando me apresaron por contrabandear medicamentos desde Canadá.
Me dieron 10 años de libertad condicional y me enviaron a rehabilitación. Gracias a eso conocí un lugar en Vancouver, donde me recuperé de mi adicción. Finalmente aprendí a pedir ayuda, y ahora llevo 18 meses sin tomar calmantes.
Desde hace casi una década, a esta altura de la temporada baja, indefectiblemente me llaman medios de prensa de cualquier parte del mundo, para conseguir declaraciones del máximo fiasco en 75 años de draft.
Algunos me quieren animar diciendo que tal vez JaMarcus Russell pueda aliviarme esta carga durante la próxima década, pero yo no le deseo esto a nadie...
Soy Ryan Leaf, y esa fue mi historia.

Fotos: Getty Images y AP
Algo que quizá no sabías de Peyton Manning: Publicado originalmente en Abril de 2012
Soy Ryan Leaf: Publicado originalmente en Abril de 2010












1 comentario:

  1. Gracias por regresar a atender el blog, ya hacía falta leer otra vez estas historias apasionantes

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